La historia de Vaguito, el Hachiko peruano
Vaguito aguarda cada día en la playa de Punta Negra de Lima el regreso de su dueño. No sabe que falleció hace tiempo.
Todos conocemos la triste historia de Hachiko, el perro akita japonés que esperaba cada día al profesor Hidesaburō Ueno en la estación de Shibuya, aunque este llevara ya nueve años muerto. El lazo creado entre ambos había sido muy intenso, lleno de afecto y complicidad. Se decía que el animal acompañaba y recibía cada día a su dueño en aquella estación en la ciudad de Odate.
Hasta el 21 de mayo de 1925, cuando aquel profesor de agricultura de la Universidad de Tokio sufrió un derrame cerebral. Esa tarde, Hachi, fue como cada día a recoger a su padre adoptivo, pero fue en vano. No apareció nunca más. Sin embargo, el animal permaneció allí casi una década, fiel, triste, manteniendo una esperanza férrea que conmovió a todo el que conocía su historia.
Al final, cuando el akita falleció, se erigió una figura de bronce en su honor en la propia estación. Su vivencia, como bien sabemos, fue llevada al cine. Sin embargo, a lo largo del tiempo han sido cientos las historias que comparten esa misma escena desgarradora: un perro que espera a alguien que ya no existe. El último Hachiko está en Lima y nos trae un relato que tampoco deja indiferente a nadie…
Vaguito acude cada día a la costa de Punta Negra, en Lima, Perú, esperando el regreso de su dueño, un marinero que falleció hace seis años.
Vaguito, el perro que espera delante del mar
Vaguito espera cada día que su dueño aparezca por la costa después de un largo día de pesca en el mar. Es un perro adulto, de mirada inteligente, pero basta con fijarse en él unos segundos para intuir su tristeza. También su desconcierto. No entiende por qué quien antes le rascaba la cabeza, le decía palabras bonitas y lo llevaba a casa ya no está ni viene a por él como sucedía antes.
Al dueño de Vaguito se lo llevó el mar. Falleció hace años en ese duro trabajo en el que la vida está siempre a merced de las inclemencias del vasto océano. Ese que cada día atiende este animal con inquieto anhelo. Aún lleva su collar y su pañuelo, y todavía guarda en su corazón el amor que le profesaba a ese hombre que, no hace mucho, lo adoptó y le dio su afecto.
Fue Jolie Mejía quien se interesó por este perro cuando, al pasear por la playa de Punta Negra, en Lima, Perú, se encontró con él. Le llamó la atención su soledad y su actitud concentrada: miraba el mar como quien espera con esperanza el retorno de alguien querido. Y así era. Cuando esta mujer preguntó a la gente del lugar cuál era su historia, no dudó en publicarla en redes sociales.
A las pocas horas la imagen de Vaguito se volvió viral.
Todos cuidan del perro que aguarda a su dueño
Quienes visitan con frecuencia la playa de Punta Negra ven en Vaguito a un elemento más del propio paisaje. A veces se acuesta en la arena, otras se alza atento, con la mirada fija en el vacío del horizonte. Él espera; y se desespera. Nadie puede hacerle entender que su dueño ha fallecido, pero eso sí, todos se esfuerzan en cuidar de él.
Lo alimentan, le dan refugio, caricias e incluso asistencia veterinaria cuando lo necesita. No está solo, son muchas las personas que se preocupan cada día de él. Sin embargo, este animal de férrea lealtad y expresión triste, anhela la presencia y compañía de un solo ser. Alguien que nunca volverá a su lado.
El lazo construido entre los perros y los seres humanos se constituyó hace siglos y conforma un vínculo que forma parte de nuestra propia evolución.
La fidelidad de los perros hacia los humanos
Vaguito no podrá realizar el duelo por su dueño porque, sencillamente, no sabe que su papá adoptivo falleció hace tiempo. Este perro seguirá, sin lugar a dudas, esperando a esa figura con la que estableció un lazo emocional significativo. Su fidelidad, como la de Hachiko y tantos otros perros, es muestra evidente del carácter social y de la capacidad de vinculación de estos animales.
El ser humano y su alianza con los perros se remonta a lo largo de nuestro pasado evolutivo. Fueron esos compañeros de caza y protectores del grupo social del pasado los primeros que domesticamos. Para ellos, formamos grupo de su manada y eso explica esa fidelidad, ese anclaje psicoemocional del que no pueden desprenderse con tanta facilidad.
Una investigación de la Universidad de Medicina veterinaria de Upsala habla precisamente de esa impronta emocional construida a través de la interacción, del tiempo compartido y el cuidado mutuo. Además, no podemos olvidar que los animales funcionan a través de rutinas, y son en esos hábitos los que configuran la impronta de las alianzas y del afecto.
Hachiko caminaba cada día a la estación para acompañar y recibir a su dueño. Vaguito acudía a diario a la playa para recibir a su compañero humano cada vez que este volvía de faenar en el mar. Dichas costumbres se asentaron en sus cerebros y configuraron esa existencia con unas figuras de apego que, de pronto, el destino les arrebató.
Es probable que este adorable perro de Lima siga ahí durante años, atisbando el horizonte. Su figura, su historia y su tristeza nos demuestran una vez más la capacidad de amar de los animales.
*Tomado de La Mente Es Maravillosa.