La mitad de los niños costarricenses son agredidos por sus padres para ser ‘educados’
La mayoría de adultos del país sigue creyendo que la violencia física o psicológica es la mejor manera de educar, ignorando estas consecuencias
Tal y como se ha hecho durante muchísimas décadas, un grupo muy importante de padres y madres costarricenses siguen aplicando castigos físicos violentos sobre sus hijos para corregirlos y educarlos desde que son niños, sin importar las malas consecuencias que esto puede acarrear en un mediano o largo plazo.
Según la Encuesta de Mujeres, Niños y Adolescencia (EMNA) realizada en colaboración del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), Unicef y el Ministerio de Salud, son demasiados los niños que siguen recibiendo abusos disfrazados de disciplina en sus hogares.
Preocupantes estadísticas
Más específicamente, el 49% (casi 5 de cada 10) de los niños entre 1 y 14 años han experimentado métodos violentos, físicos o psicológicos, por parte de sus padres o encargados como método correctivo a alguna de sus acciones, un número alarmante a todas luces para las autoridades que velan por el bienestar de los menores.
Para hacer la situación más lamentable, el 3% (3 de cada 100) menores de entre 1 y 14 años de edad han experimentado castigos severos por parte de sus cuidadores, causándoles daños inmediatos en su integridad y hasta traumas psicológicos permanentes a mediano o largo plazo.
¿Cómo podría afectar a los niños?
Durante los últimos años, muchos estudios se han encargado de analizar a fondo las consecuencias de este tipo de castigo en los niños, entre las que destacan las siguientes:
- Paraliza la iniciativa del niño, bloqueando su comportamiento y limitando su capacidad para resolver problemas.
- No fomenta la autonomía de los niños.
- Ofrece la actitud violenta como un modo válido para resolver conflictos.
- Daña su autoestima. Genera sensación de minusvalía y promueve expectativas negativas respecto a sí mismo.
- Les enseña a ser víctimas. Equivocadamente, muchos creen que la agresión hace más fuertes a las personas que la sufren y ‘les prepara mejor para la vida’, pero sabemos que no sólo no les hace más fuertes, sino más proclives a convertirse repetidamente en víctimas.
- Invita a NO razonar. Al excluir el diálogo y la reflexión, dificulta la capacidad para establecer relaciones causales entre su comportamiento y las consecuencias que de él se derivan.