Una mamá llevo a su hija adolescente al médico, pero la trataron de “neurótica” y murió: “Ella tenía cáncer”
Sabía que a su hija le pasaba algo. Lo intuía. Buscó ayuda en donde debía buscarla, pero no la escucharon.
Durante tres largos años, Jane Jelly luchó contra un sistema de salud que no quiso escucharla. Su hija, Megan, presentaba síntomas persistentes, pero los diagnósticos eran superficiales y las respuestas, insuficientes. Peor aún: cuando exigió que le realizaran exámenes más profundos, una médica la tachó de “neurótica”. Aquella falta de atención terminó cobrando la vida de su hija adolescente.
Todo empezó en 2017, cuando Megan, entonces de 16 años, comenzó a sentir un profundo malestar que afectaba su rutina diaria. Faltaba constantemente al colegio por dolores intensos y un agotamiento que no se explicaba. A lo largo de los meses, recibió diagnósticos variados: mononucleosis, infecciones urinarias, incluso escarlatina. Pero su condición no mejoraba. La situación fue tan grave que en 2018 se vio obligada a abandonar los estudios.
Jane, su madre, sabía que algo más grave estaba ocurriendo. Su instinto no venía de la nada: años atrás, ella misma había sido paciente oncológica, tras enfrentar un linfoma de Hodgkin que tardaron un año en diagnosticarle. Reconocía las señales y presionó por una evaluación más exhaustiva. Sin embargo, en una consulta clave, la profesional que las atendió descartó cualquier preocupación y se limitó a decir que los padres “suelen exagerar”.
En junio de 2019, tras casi dos años de peregrinar por consultorios, finalmente obtuvieron una respuesta: Megan tenía sarcoma de Ewing de células blandas en estadio 4. Un cáncer agresivo, raro, y que ya se había extendido a pulmones y ganglios. La joven recibió la noticia con una fortaleza admirable. “¿Y ahora qué hacemos?”, le dijo a su madre apenas terminó de llorar.
El camino de quimioterapia fue duro, pero Megan jamás se rindió. En junio de 2020 llegó la noticia que tanto habían esperado: remisión. Parecía que lo peor había pasado. Sin embargo, en menos de dos meses el cáncer volvió con una fuerza implacable. Esta vez, los médicos no ofrecieron esperanza: solo le quedaba un año de vida.
Megan no se quebró. Aceptó su destino con serenidad y madurez. “Estoy lista”, le dijo a su mamá, al verla llorar. La promesa de un año no se cumplió. En diciembre de 2020, con solo 19 años, murió rodeada del amor de su familia y dejando una enseñanza profunda sobre la importancia de escuchar —y validar— las voces de quienes cuidan y aman.
Este caso, que ha dado la vuelta al mundo, pone sobre la mesa un debate urgente: ¿qué tanto espacio se le da a las madres en el proceso médico de sus hijos?, ¿cuántos diagnósticos se pierden por prejuicio o desdén profesional?