Cómo fue la dramática despedida del papa Pío XII: su cuerpo cambió de color y explotó durante el funeral
Los guardias se turnaban para la custodia haciendo intercambios cada 15 minutos para tolerar el olor desagradable que rodeaba la habitación.
La reciente muerte del papa Francisco ha traído a la memoria de muchos fieles uno de los momentos más perturbadores en la historia de la Iglesia: el dramático funeral de Pío XII. Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli, quien dirigió el Vaticano desde 1939 hasta su muerte en 1958, vivió un final que pocos han olvidado, no solo por su importancia religiosa, sino por las circunstancias grotescas que rodearon su despedida.
Pío XII falleció el 9 de octubre de 1958, en el palacio de Castel Gandolfo, a los 82 años, víctima de un infarto de miocardio que le provocó una insuficiencia cardíaca aguda. Sin embargo, lo que debió ser un solemne homenaje se transformó en una pesadilla debido a un proceso de embalsamamiento fallido, ideado por su polémico médico de cabecera, Riccardo Galeazzi-Lisi.
Este médico, cuya formación era considerada mínima y cuya reputación ya estaba manchada de incompetencia, se convirtió en figura central de la tragedia. Durante los últimos días de agonía del pontífice, Galeazzi-Lisi aprovechó la confianza depositada en él para negociar fotografías y artículos exclusivos con medios italianos y franceses, como la famosa revista Paris Match, a cambio de miles de dólares. Las imágenes del sufrimiento del papa circularon por todo el mundo, causando indignación entre los fieles y la curia.
Un embalsamamiento fallido que aceleró la tragedia
Tras la muerte de Pío XII, Galeazzi-Lisi, junto al cirujano Oreste Nuzzi, aplicó un método experimental de conservación: envolvieron el cuerpo en celofán luego de cubrirlo con hierbas aromáticas. Lejos de preservar los restos, esta técnica selló el cuerpo e impidió su ventilación, generando una rápida descomposición.
La combinación del calor ambiental y la falta de oxígeno provocó la acumulación de gases internos, haciendo que el cadáver se hinchara visiblemente. A medida que avanzaban las horas, el cuerpo tomó un tono verde azulado, las extremidades se ennegrecieron y el hedor se volvió insoportable. La situación era tan grave que los guardias apostados junto al féretro se turnaban cada 15 minutos para no sucumbir al olor, llegando incluso algunos a desmayarse.
Pero el momento más espeluznante llegó durante el traslado del ataúd hacia la Basílica de San Juan de Letrán. Aún con el féretro cerrado, se escucharon ruidos fuertes: era el tórax del papa que había explotado por la presión de los gases. A esto se sumó la descomposición visible del rostro, donde incluso se desprendió el tabique nasal, obligando a las autoridades a tomar medidas desesperadas.
Una máscara de cera para ocultar el desastre
Ante semejante descomposición, el Vaticano convocó urgentemente a los mejores embalsamadores de Roma. Decidieron colocarle una máscara de cera para reconstruir el rostro y elevaron la tarima donde se encontraba el féretro para evitar que el público notara el estado del cuerpo.
El escándalo no terminó ahí. El comportamiento de Galeazzi-Lisi fue considerado una traición a la dignidad papal. Dos semanas después del funeral, fue despedido oficialmente por el Colegio Cardenalicio. Además, el nuevo papa Juan XXIII lo expulsó de por vida del Vaticano. El Colegio Médico también lo sancionó por conducta inapropiada al lucrar con información médica confidencial.
El legado amargo de un adiós trágico
La muerte de Pío XII dejó un legado marcado por el dolor, pero también por la indignación y la vergüenza. Su funeral no solo quedó grabado en la memoria colectiva por la figura del pontífice, sino también como una advertencia eterna de lo que puede suceder cuando la codicia, la imprudencia y la falta de ética se imponen sobre el respeto y la solemnidad que exige una vida dedicada a la fe.