La guerra abierta, trauma continuo que nunca se detiene en Líbano
Sus cerca de 120 operadores reciben llamadas de gente en apuros las 24 horas del día, los 7 días de la semana.
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Sus cerca de 120 operadores reciben llamadas de gente en apuros las 24 horas del día, los 7 días de la semana.
En Beirut, la sencilla pregunta «¿Cómo está usted?» evoca respuestas llenas de tristeza y agotamiento. Los libaneses, abrumados por años de crisis y conflictos, se enfrentan a un silencio, una sonrisa cansada o, a veces, lágrimas. Expertos en salud mental advierten que la población «ya no puede más» ante una situación que parece no encontrar fin.
El ilustrador libanés Bernard Hage retrata de manera impactante la difícil realidad del país con su dibujo titulado «torta libanesa». Esta obra representa una tarta de boda con capas que simbolizan el «hundimiento financiero, la pandemia, la explosión en el puerto, el estancamiento político, la depresión colectiva» y, por último, la «guerra». Esta imagen encapsula el trauma continuo que sufren los casi seis millones de libaneses desde la crisis económica de 2019.
La psicóloga Carine Nakhle, responsable de la organización Embrace, que lucha contra el suicidio desde 2017, señala que la situación es un «trauma continuo que nunca se detiene». Desde el 23 de septiembre, tras el inicio del conflicto entre Hezbolá e Israel, las llamadas de auxilio a su organización han aumentado significativamente, alcanzando unas 50 al día. Nakhle explica que muchos de los que llaman provienen de zonas bombardeadas y buscan orientación sobre cómo actuar.
Los bombardeos israelíes en el sur y el este de Líbano han dejado más de 1,100 muertos y han desplazado a más de un millón de personas en las últimas semanas. La capital, Beirut, ha visto un cambio drástico en su fisionomía, con familias viviendo en la calle y campamentos improvisados. Cada noche, los incesantes ataques provocan explosiones que hacen temblar los cristales y generan un horroroso olor a plástico quemado, despertando traumas de eventos pasados como la devastadora explosión del puerto en 2020 y la guerra civil que duró de 1975 a 1990.
La angustia no se limita a las zonas de guerra. Rita Barotta, una profesora de Comunicación que vive cerca de Jounieh, expresa que, a pesar de estar en una zona relativamente tranquila, no tiene palabras para describir lo que está ocurriendo. «Ya no sé ni cómo era el ‘yo’ que existía hace 15 días. Comer, dormir, cuidar de mis plantas, eso ya no existe», comenta. Su enfoque en ayudar a los desplazados es una forma de mantenerse activa y evitar caer en la desesperación.
Un estudio realizado por la oenegé IDRAAC revela que al menos dos tercios de los libaneses padecen algún trastorno mental, como depresión, ansiedad o trastornos postraumáticos. Rami Bou Khalil, jefe del departamento de Psiquiatría del hospital Hôtel-Dieu de France, subraya la resiliencia de los libaneses, pero también advierte que el fenómeno de acumulación de estrés ha colmado el vaso. «La gente ya no puede más», dice, señalando el aumento del consumo de somníferos como una respuesta común a la angustia.
El acceso a servicios de salud mental se ha vuelto complicado para muchos, ya que las consultas privadas son costosas y las oenegés están abrumadas. En Embrace, la lista de espera para atención puede extenderse de cuatro a cinco meses, lo que pone de relieve la necesidad urgente de apoyo en un país que enfrenta desafíos profundos y prolongados.