Opinión: La esperanza en tiempos de COVID-19
Costa Rica no puede seguir sumida en la desesperanza y los temores para enfrentar el futuro, tenemos todo para salir de ese hoyo en que nos han metido los políticos mediocres y mezquinos.
El título de estas líneas nos refiere a la reconocida novela ‘’El amor en tiempos del cólera’’ (1985), del escritor y Premio Nobel (1982) de Literatura Gabriel García Márquez, novela que se centra en descubrir y plantear las verdaderas razones y acciones que se dan inspiradas en el amor cuando este es entrañable y la guía de cualquier vida terrenal, sentimiento que nos arraiga con los seres amados hasta en sus vidas celestiales.
Hablar de amor al prójimo es normal en las religiones y la espiritualidad, sin embargo, en política son muy pocos los políticos que se atreven de utilizar la palabra amor en sus discursos. Tal vez porque piensa que la palabra es cursi, demasiado romántica o, porque no, a lo mejor le rehúyen porque representa demasiado compromiso su utilización.
¿Será que piensan que el amor esta referido a la relación de pareja? Cuando el amor debería ser un parámetro determinante para la relación entre las personas y para la toma de decisiones en acertadas políticas públicas.
El compromiso de los políticos con los demás siempre sale a relucir en discursos de campañas electorales y en la gestión de gobierno, claro, evitando usar la palabra amor. Repiten una y otra vez su compromiso con los más necesitados, con los pobres, pero nunca utilizando aquel término que realmente compromete al que sabe y siente a plenitud lo que otros padecen.
El temor de utilizar la palabra amor es el temor por un compromiso real con los más desvalidos; les es más sencillo hablar de amor a la patria -una abstracción- o de derechos humanos.
Una sociedad debe ser dirigida con una permanente promoción de la esperanza, pues ella está íntimamente ligada al amor y al futuro.
Hoy vivimos a razón de una pandemia que tiene a las sociedades en una enorme psicosis de miedo, con muchos temores, que son utilizados por quienes gobiernan para mermar derechos, libertades, oportunidades y hasta para escabullirse de los compromisos y obligaciones adquiridas antes de asumir el poder.
Costa Rica, el país que más me preocupa, desde hace varias décadas ha embodegado, archivado, la gestión política con amor al prójimo, por su otredad. Sobre todo, por las capas más castigadas de un modelo de desarrollo que ha promovido la desigualdad y ha premiado a los mismos ganadores siempre. No importa si la crisis es petrolera (1980), si es financiera (2008) o si es de salud (2020), los perdedores siempre son los mismos.
Los únicos que pueden evitar que esto suceda son quienes gobiernan la nación, no es ni el mercado ni el Estado, estos son solo instrumentos. Las personas son las que tienen el poder que, orientadas por el amor a los demás, pueden evitar que estas situaciones sean recurrentes en cada crisis.
Las elecciones en democracia se caracterizan por el uso de la oratoria de cercanía y por las soluciones para los que padecen las mayores dificultades. Sin embargo, al momento del ejercicio del gobierno, el cambio es rotundo hacia los fríos números de la economía, sin siquiera detenerse a buscar la orientación social correspondiente para tomar decisiones de política económica acertadas.
Hoy en día plantearse la preocupación por los otros, por los necesitados, es la oportunidad para la descalificación más utilizada, para tildar peyorativamente como populista a aquel que lo haga.
El populismo siempre y cuando se sustente en conocimiento será una auditoria de los padecimientos sociales de los ciudadanos, será un elemento indiscutible para generar cercanía entre los políticos y el ciudadano en busca de las soluciones esperadas.
No solamente es populista quien plantea soluciones fáciles para problemas complicados, también lo puede ser aquel que tiene conciencia social sobre lo que padece una nación y que esa identificación la logra por medio de sus relaciones populares con los diversos actores de la sociedad.
El país esta urgido de un movimiento de esperanza nacional, un movimiento de centro que nos devuelva la credibilidad de un futuro mejor sustentado en un país de oportunidades, algo nada nuevo, pues ya lo hemos sido. Costa Rica no puede seguir sumida en la desesperanza y los temores para enfrentar el futuro, tenemos todo para salir de ese hoyo en que nos han metido los políticos mediocres y mezquinos.
Cuantos gobernantes de otras latitudes desearían gobernar naciones con la capacidad, los logros, el recurso humano y el potencial económico que tiene Costa Rica.
La esperanza es un acto de fe que debe generarse con buena política, para promover un cambio del estado de ánimo del costarricense que hoy no tiene mayores expectativas para su futuro y menos para el de sus descendientes. Sin esperanza jamás podremos anticipar un mejor futuro.
Artículo escrito por: Claudio Alpízar Otoya, Politólogo