La mentira es un principio y un final de un mal gobernante
#TecladoAbierto por Claudio Alpizar Otoya: ‘’Algunos políticos se acostumbraron a mentir partiendo de la burda premisa del menosprecio a la ciudadanía, a la que consideraban ignorante y mal informada’’.
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Dice un viejo proverbio judío que ‘’con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanza de volver’’. Con frecuencia repito que la principal función de un gobernante es generar confianza, esta le produce empatía en todos los sectores, sean estos políticos, sociales o económicos; quien ejerce el poder debe tener habilidades especiales, puesto que con cada una de sus actuaciones -pequeñas o grandes- debe producir seguridad y credibilidad no solo con los propios sino también con los adversarios, tarea que es aún más complicada.
La mentira no es un buen instrumento para gobernar, no solamente porque casi siempre sale a la luz pública, sino, además, porque quien la emite normalmente lo pierde todo. Recuperarse de la mentira es una tarea imposible, es más viable lograr el perdón por el error cometido o por la cruda verdad. La mentira sigue al político y al gobernante por siempre, inclusive, es más factible que la obvien sus adversarios políticos que los ciudadanos, que la recordarán por siempre.
El político embustero comienza a cavar su propia tumba con la mentira, en ocasiones sin percibirlo, pues tienden a pensar que la mentira política es diferente a las otras y hasta la perciben como un instrumento necesario para sus funciones. Empero, la mentira política genera una enorme fractura en la confianza ciudadana, que va desde los temores a los acuerdos avalados hasta las dudas acentuadas en su correcta ejecución. Lo peor se da cuando la mentira política es disimulada o apadrinada por los medios de comunicación, que se hacen cómplices de las mentiras emitidas por quienes gobiernan, aquí el daño es mayor pues se la endilga al sistema democrático y no solamente al mentiroso.
Algunos políticos se acostumbraron a mentir partiendo de la burda premisa del menosprecio a la ciudadanía, a la que consideraban ignorante y mal informada. Inclusive llegando a afirmar que es más fácil sostenerse en el poder con un pueblo analfabeto, sin preparación y con pocos medios de prensa, o con medios dominados por quienes gobiernan. Por ello la molestia o el rechazo a la democracia que promueve un sistema político de opinión libre con posiciones disimiles.
En el actual gobierno del Presidente Carlos Alvarado encontramos muchas mentiras que menoscabaron su legitimidad y su credibilidad en pocos meses, algunas mentiras heredadas por su antecesor y compañero de partido Luis Guillermo Solís. Por ejemplo, las generadas en relación del caso de corrupción conocido como el “Cementazo” o -la más descarada de todas- como fue el maquillaje del hueco fiscal en las finanzas públicas, luego de haber cerrado su mandato diciéndole a la ciudadanía que en su gobierno habían logrado un manejo “heroico” de las finanzas públicas. El ciudadano hubiese perdonado más los crudos números de una mala gestión que la mentira escondida en una falsa contabilidad.
Pero el Presidente Alvarado toscamente ha promovido el gobierno de la mentira, con múltiples embustes que van desde decir en sus spot de campaña electoral que no estaba a favor del aborto, para luego como Presidente aprobar una norma técnica para tales efectos; o como su afirmación reciente de que no aprobaría medidas económicas que afectarán a los más humildes, pero con sus decisiones hizo todo lo contrario.
También entre tantas mentiras están el delicado caso del acceso a datos sensibles con la creación secreta, o solapada, de una Unidad Presidencial para el análisis de datos (UPAD); hasta caer en la más reciente, una infinidad de mentiras chapuceras sobre la facturación de lo que debió ser un inocente vuelo en helicóptero. En este último caso, el Presidente no solo denotó su poco sentido de oportunidad en un momento en que él pedía sacrificio a la ciudadanía, sino que además maquilló el error con contradictorias mentiras de facturaciones ficticias que lo desnudaron ante la opinión pública. En ocasiones un político se cae o se le llegan a descubrir grandes cosas a través de una mentira que parecía inocente.
Gobernar no es tarea nada fácil, pero la permanente mentira y falta de consistencia hace la tarea aun más complicada. La mentira ha acompañado al hombre desde su nacimiento, y a algunos políticos desde sus intenciones de acceso al poder, creyendo que está le facilita el camino hacia su consecución, cuando lo que provoca, sobre todo en su ejercicio, es un camino empedrado y solitario hacia un abismo.
La sinceridad y la verdad no son para muchos la senda más apropiada para llegar al poder, pero cuando se transita por este seguro camino, la solvencia y la credibilidad en el gobernante le permitirán mayores y mejores aliados, así como el reconocimiento de los propios y los adversarios.
El problema de la mentira no es que te descubran, el problema de la mentira es que no te vuelven a creer. Tal vez por ello Aristóteles hace muchos siglos afirmó que “el castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad”.