La homosexualidad no es un vicio, una degradación, ni una enfermedad: Freud
Si hay algo que debemos a Freud es haber hablado abiertamente del sexo. No fue el primero, ciertamente, pues antes de él lo hizo el famoso Marqués de Sade en sus escandalosas obras de entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, entre ellas, Los 120 días de Sodoma, Filosofía en el tocador y Justine o los infortunios de la virtud. Pero el mérito de Freud fue que habló del sexo en un sentido metódico, apoyado en investigaciones clínicas y en los avances científicos de la época.
En su obra el sexo, el instinto y el fin sexual, las aberraciones sexuales, las zonas erógenas, la masturbación, etc., dejan de ser un tabú y son tratadas como algo natural, algo inherente y propio del ser humano. Este cambio de perspectiva no hubiera sido posible sin las investigaciones de Charles Darwin quien trató el tema en los animales en su obra El origen de las especies y El origen del hombre y del interés que despertó el sexo en el siglo XIX.
Desde Freud el sexo deja de ser un tema controlado por la moral sexual religiosa, algo que queda circunscrito a la vida privada, bajo las sábanas, o controlado por curas y togados que, precisamente, hablaban de lo que no sabían, pues ellos se debían alejar- en teoría- de las tentaciones de la carne. Por eso los curas y la iglesia usaban -y aún usan hoy- el discurso sexual como un “dispositivo de control y normalización social”. El sexo era reducido a la genitalidad y a la reproducción biológica de la especie humana. Era la conservadora moral sexual burguesa que ponía el sexo al servicio de la sola reproducción de la especie humana, mirando de reojo la relación entre el sexo y el mero placer.
Pues bien, Freud habló en sus Tres ensayos sobre la sexualidad, publicado en 1905, de la homosexualidad o comportamiento sexual invertido. Como es sabido, ha sido común referirse a los homosexuales como invertidos o desviados. En Colombia, el término coloquial es marica, o joto en México. Cada país tiene su propia nomenclatura. Pues bien, entender qué es la homosexualidad implica comprender el concepto de objeto sexual. En la homosexualidad el objeto sexual recae en una persona del mismo sexo, es decir, se trata de un hombre cuyo objeto sexual es otro hombre, o de una mujer cuyo objeto sexual es otra mujer. Sin embargo, lo que le interesa a Freud es tratar de explicar cómo se origina la homosexualidad. Y para intentarlo, Freud parte de lo que se veía en su época, que no es distinto a lo que se ve hoy. Por eso, basándose en su experiencia clínica y en investigaciones de sus colegas, clasifica la conducta homosexual o invertida en tres.
El segundo grupo de invertidos son los anfígenos, es decir, los bisexuales. En este caso, el objeto de deseo, el objeto sexual puede ser una persona del mismo sexo o del sexo contrario, “puede pertenecer indistintamente a uno u otro sexo”. Es decir, puede ser un hombre o una mujer. El comportamiento invertido del bisexual se da, claramente, cuando se busca a la persona del mismo sexo. Lo interesante de este caso es que la conducta es sumamente indiferente. No hay exclusividad sexual con ningún tipo de sexo, sea el mismo o el opuesto, es “indistinto”. La bisexualidad es más democrática, pues en ella el placer es más amplio, variado, abierto a ambos sexos.
Si atendemos al Breve diccionario de colombianismos, de la Real Academia Española de la Lengua, el llamado cacorro cae dentro de esta tipología de invertido o marica ocasional, pues el cacorro es un “homosexual que desempaña el papel activo”, y cuyo encuentro le permite la descarga de la tensión sexual. En general, descargar la tensión sexual es la función más generalizada del coito. De hecho, el sistema patriarcal dominante trata de excusar al cacorro, mostrándolo normal, pero esa excusa solo comprueba un prejuicio: el de que penetrar equivale en nuestra cultura patriarcal a una conducta que solo puede ejercer el hombre, dejando de lado casos en que un hombre también puede ser penetrado, incluso, por su mujer, por ejemplo, cuando se introduce el dedo en el año.
Sin embargo, esa es una visión recortada del placer, del uso de las sensaciones y de la exploración del cuerpo, pues el sistema hegemónico limita la sexualidad a prácticas convenidas socialmente, centradas en la genitalidad, dejando de lado el erotismo u otras prácticas placenteras para los cuerpos, tales como el sadomasoquismo.
De hecho, Freud describe esta homosexualidad temporal en una gran variedad de situaciones, por ejemplo, se pudo haber tenido en una etapa infantil que no recordamos, puede aparecer antes de la pubertad (cuando nos salen vellos y el cuerpo se desarrolla), o después de ella; puede ocurrir una vez o ser un episodio en la vida de la persona, etc. Por otro lado, la conducta homosexual como tal puede durar toda la vida, ser esporádica, oscilar entre el objeto sexual normal (el sexo opuesto) o el mismo sexo, o incluso, puede aparecer cuando se ha tenido una “penosa experiencia” con una persona del sexo opuesto. Es decir, Freud era consciente de fenómenos como los que suelen verse en la vida cotidiana: una mujer que ha estado casada cambia al hombre como objeto sexual por otra mujer, en el argot popular: cuando una mujer ha tenido una experiencia penosa, desagradable, con un hombre, decide volverse lesbiana.
El tratamiento que hace Freud del tema es amplio y problemático, pues se pregunta si la homosexualidad es una conducta innata o adquirida, relaciona su origen con el narcisismo, o con las complejas relaciones del niño o la niña con sus padres (complejo de Edipo) y, más generalmente, con un desarrollo sexual incompleto o inmaduro. Con todo, dado el conocimiento que se tenía en su época, para Freud es claro que la homosexualidad no es una enfermedad como lo dice en la famosa carta que le escribe a una angustiada madre en 1935; sostiene, además, que los homosexuales son numerosos, y que históricamente individuos de un gran nivel cultural y ético han sido homosexuales, entre ellos, Platón, Miguel Ángel o Leonardo da Vinci. Es más, plantea que, probablemente: “el instinto sexual es un principio independiente de su objeto”, es decir, que no hay una relación de necesidad entre el sexo que tengamos y el objeto sexual elegido, de tal manera que si tengo un pene no estoy determinado por necesidad a estar con una mujer como objeto sexual. Esto es claro cuando plantea: “en un sentido psicoanalítico, el interés sexual exclusivo del hombre por la mujer constituye también un problema, y no algo natural, basado últimamente en una atracción química”.
Lo que hizo Freud fue, pues, avanzar en la des-biologización de la sexualidad, dándole un basamento histórico y cultural a nuestras tendencias o elecciones sexuales, lo cual se acepta plenamente hoy donde la sexualidad es bastante fluida, y donde la homosexualidad es solo una variación más de la misma sexualidad. Ya decía Estanislao Zuleta en su libro El pensamiento psicoanalítico: “la sexualidad humana es histórica y simbólica”, lo que la hace bastante plástica, diversa.
Hay que decir que, en Colombia, fue Estanislao Zuleta quien entendió, como pocos, la naturaleza abierta del método de investigación usado por Freud, lo cual es claro cuando Freud dice: “el psicoanálisis no ha conseguido aún un total esclarecimiento del origen de la inversión”, declaración que lo aleja de todo absolutismo en sus conclusiones. Algo que entendió muy poco su crítico Michel Onfray en el voluminoso libro Freud: el crepúsculo de un ídolo publicado en el año 2010 donde el psicoanálisis aparece como una mera fabulación.
En sus investigaciones, para Freud era claro que el psicoanálisis no buscaba cambiar el objeto sexual de los homosexuales, es decir, no busca una conversión sexual, sino lo que le interesaba era comprender “los mecanismos que han llevado a decidir la elección del objeto, y rastrear desde ahí los caminos que llevan hasta las disposiciones pulsionales”. Si la homosexualidad no es “un vicio, ni una degradación, ni mucho menos una enfermedad” (Freud), entonces, no requiere terapia, ni cura. Lo interesante es comprenderla como una variante de la función sexual, y tratar de ayudar al sujeto si se siente infeliz, afligido o con conflictos para darle paz y tranquilidad. Por eso, “es una gran injusticia perseguir la homosexualidad como si se tratase de un crimen, y una crueldad también”. Es decir, Freud nos invita, a pesar de sus prejuicios y de algunas de sus afirmaciones más problemáticas, a pensar en visiones no hegemónicas de la sexualidad.