Hernán Jiménez explota y realiza una crítica muy a su estilo sobre el diseño del nuevo edificio de la Asamblea
Hernán Jiménez no se guardó nada y esto fue todo lo que dijo del nuevo edificio legislativo.
La construcción del nuevo edificio de la Asamblea Legislativa toma cada vez más forma; la obra gris ya está concluida, ahora los trabajos se focalizan en los acabados electromecánicos y equipamiento del inmueble.
Se espera que esté listo para el primer cuatrimestre de 2020.
Pero este avance también ha estado acompañado de críticas. Cada día que pasa, la edificación se aproxima aún más a su diseño final, reviviendo cuestionamientos sobre su apariencia externa y la forma en que la construcción se relaciona con su entorno, caracterizado por la presencia de edificios patrimoniales de gran importancia histórica y arquitectónica.
El comediante Hernán Jiménez realizó una publicación en su Facebook muy a su estilo, para criticar lo mal que se ve el nuevo edificio legislativo, en el corazón de San José.
Esta fue su publicación:
La nueva Asamblea Legislativa parece un reactor nuclear. TUANIS por el look post-apocalíptico.
Si algún día me tiro un re-make tropical de Blade Runner, ya sé dónde filmar. Y si no, siempre está URBN Escalante, a escasas siete cuadras, que también decidió recetarle a la ciudad un paredón de concreto que tiene a la Real Academia corriendo a redefinir la palabra feo.
Estado blandengue por un lado y empresa privada por otro, erigen torres enormes donde antes no existían. ¿Alguna vez pensaron en el impacto visual de sus cajones de concreto macizo sobre mi ciudad? Digo mi ciudad porque es mía. Tan mía como suya. Y tan nuestra como de cada alma que la transita. Nos condenan a vivir entre paredes de concreto que hacen ver el muro de Trump como un play de McDonald’s.
Esa especie de represa hidroeléctrica de Urbn y la mole de cemento en la Asamblea toca verla no por una semana, ni un mes, ni un año, ni una década, sino por el resto de nuestros días. ¿Lo han pensado? ¡Por el resto de nuestros días! Y para estar viendo Chernobyl ya tengo HBO.
Un edificio de 300 apartamentos — con todo lo cool que pretenda ser — y el Primer Poder de la República — con todo lo corrupto que lleve adentro — no sólo cambia el rostro de una ciudad, cambia su ADN.
¿Y qué hicimos para merecer eso? Nada. Que nos tocó nacer en una ciudad donde los árboles se botan, las rejas se electrifican, las aceras no existen, el comercio manda, el Estado es débil y encima tiene mal gusto.
Y ahora, toca la versión rascacielos del despiche en que vivimos. Permisos van y permisos vienen. Estas cuevas sin ventanas son apenas islas en un mar de torres espantosas, todas compitiendo por ser más fea que la anterior — aunque las aquí en cuestión se lleven el premio mayor, con serie y feria.
¿Saben qué es lo que pasa? Que yo amo San José. Que esta pobre ciudad necesita toda la ayuda del mundo para ser cada vez más inclusiva, más verde, más hermosa, más transitable, más humana. Ninguna de esas cualidades entra en conflicto directo con un desarrollo vertical sensible y armonioso. Pero si justo ahora, cuando la cara de nuestra aldea está en plena cirugía, permitimos que se cometan las mismas atrocidades urbanas hacia lo alto que se han cometido históricamente hacia lo ancho, cuando salga del quirófano San José será aún más feo, ya no sólo lleno de parqueos y presas, sino también de mamotretos verticales.
Casi nunca uso mis redes sociales para caerle encima a proyectos particulares (y menos para enaltecer otros). Pero tenemos entre todos que empezar a alzar la voz. Esto no se trata de un restaurante donde me salió feo el bistec, o de un taxista que se saltó un alto. No. Es otro tipo de atropello
¡Se trata de nuestra casa! De ese rinconcito del mundo donde nos tocó levantarnos y caminar y almorzar y trabajar y beber y coger y gozar y amar y llorar. Aquí nos tocó vivir.
Que no se nos olvide que estas calles son nuestras, nos hacen dichosos y miserables, nos hacen ciudadanos, nos hacen ser de donde somos, y quien quiera cambiar su estética para lucrar o para gobernar, debe hacerlo en diálogo con un sentido humano de urbanidad, no con muros que nos aplasten el corazón.