¿Por qué los humanos perdimos la cola?
La línea evolutiva que llevó a los homínidos se caracterizó, en lo que respecta al esqueleto axial, por tres transiciones principales: la pérdida de la cola y las adaptaciones a la postura ortógrada (erecta) y la locomoción bípeda.
Soy tajante en la respuesta: los seres humanos no hemos perdido la cola puesto que nunca la tuvimos. Además, en caso de haberla tenido y perdido, no tendría sentido hablar de un porqué y, mucho menos, de un para qué.
Su función original fue propulsarse en el medio acuático
Sorprendentemente para algunos, la cola es una de las cinco grandes características de los cordados y que, consecuentemente, presentan los vertebrados. Se trata de una elongación del extremo posterior del cuerpo y su inicio está justo detrás del ano.
Cuando aparecieron las vertebras, la cola (que sólo era una extensión de notocorda, médula espinal y musculatura en la región postanal) se reforzó con el extremo de la columna vertebral, esto es, con las vértebras caudales. Su función continuó siendo propulsar el movimiento en el medio acuático, aunque con mayor eficiencia. Actualmente podemos apreciarla en la ondulación típica de un tiburón nadando.
El reto de desplazarse fuera del agua
La revolución anatómica y fisiológica que supuso la conquista del medio terrestre implicó también a la cola. En primer lugar por lo más obvio: la cola ya no propulsa el movimiento, lo hacen las patas. Pero hay otro aspecto oculto mucho más interesante. Al no tener empuje contrarrestando la fuerza del peso (como ocurre en un medio denso como el agua) la gravedad es un problema cuando aspiramos a no vivir arrastrándonos.
“Levantar” el cuerpo fue tarea compleja pero las novedades evolutivas adaptaron diseños biológicos que dejan boquiabierto al más competente de los ingenieros de caminos, canales y puertos. De hecho, surgió una morfología esquelética muy parecida a los puentes Forth: el tronco estaría suspendido entre los dos pares de patas (los pilares), los músculos y ligamentos (elásticos y flexibles) contrarrestarían las tensiones, y los huesos (duros y rígidos) resistirían las compresiones.
Para soportar el peso era fundamental evitar el aplanamiento y adoptar la forma curva. Por eso, y como en los puentes de arco suspendido, se seleccionó la forma de columna arqueada. Pero surgió un nuevo problema: nuestro maravilloso puente biológico no podía ser estático puesto que un animal se tiene que desplazar. Debía ser un puente móvil donde la cola jugara un papel clave orientándose hacia el lado contrario al que se hacía el apoyo. Así, oscilando a izquierda y derecha, se evitaban las sobrecargas al actuar de contrapeso.
Aún más interesante fue su papel en los reptiles que se pusieron de pie. La bipedestación de dinosaurios como la del iguanodóntido Ouranosaurus, biomecánicamente, no es más que un balancín infantil donde la cola contrarresta el peso de la mitad anterior del cuerpo. El punto de equilibrio sería la cadera.
Los humanos no perdimos la cola, nunca la tuvimos
La línea evolutiva que llevó a los homínidos se caracterizó, en lo que respecta al esqueleto axial, por tres transiciones principales: la pérdida de la cola y las adaptaciones a la postura ortógrada (erecta) y la locomoción bípeda.
No obstante, estos tres grandes cambios no sucedieron simultáneamente. De hecho, la pérdida de la cola ocurrió en el contexto del pronogrado (desplazamiento con apoyo en las cuatro extremidades) y gorilas y chimpancés se desplazan de esta forma sin exhibir cola. Su pérdida, pues, es un fenómeno evolutivo independiente a la postura erguida y ocurrido con anterioridad a la aparición del primer hominino.
Es decir, los humanos no hemos perdido la cola porque, en nuestro linaje evolutivo, se perdió mucho antes de que apareciéramos como tales.
Por otra parte, y como han publicado recientemente Xia y colaboradores, la cola se perdió de forma drástica. Se debió, simplemente, a una mutación consistente en la inserción de un elemento Alu en el genoma del ancestro hominoide (las secuencias Alu son trozos móviles de ADN, no codificantes, asociados a diferentes procesos evolutivos de los primates). Lo demostraron fácil y sencillamente insertando la secuencia Alu en un intrón del gen TBXT de ratones y, ¡oh sorpresa!, nacieron ratoncitos sin cola.
Por último, conviene recordar que las mutaciones son al azar, es decir, no hay un porqué. Simplemente, ocurren, y, si no afectan a la eficacia biológica de la especie, no se seleccionan negativamente, la selección natural no les corta la cabeza y siguen para delante. No hay finalismo, es decir, tampoco hay un paraqué, ni se sigue ninguna ruta hacia la perfección de nada preestablecido. De hecho, las inserciones con Alu han sido vinculadas con varias enfermedades heredables en humanos como la hemofilia A y B, la hipercolesterolemia familiar, la neurofibromatosis tipo 1 o el cáncer de colon hereditario.
A la vista de todo esto, ¡qué pena que no tengamos cola! A las maravillosas aplicaciones funcionales que hemos comentado habría que añadirle lo que supondría evitar estos factores de riesgo patológicos arrastrados por las secuencias Alu. Aunque, más de uno, lo que realmente echa de menos es la idea de disponer de una cola lustrosa y sensual, moviéndose insinuantemente y hechizando a quien la contemplara. Con lazos, piercings o, simplemente, con un brillante pompón peludo… ¡Qué arma de seducción más poderosa nos hemos perdido los humanos!The Conversation