¿Es posible tener una vacuna contra el coronavirus para septiembre?
La Universidad de Oxford emitió un pronóstico demasiado optimista en medio de la pandemia por coronavirus.
Los títulos se replicaron en medios del mundo. Algunos han ido incluso más allá, afirmando que «casi seguro» la vacuna contra el nuevo coronavirus estará disponible para el otoño europeo, pese a que la mayoría de los expertos coincide en que no habrá vacuna para prevenir Covid-19 al menos hasta dentro de 12 a 18 meses. La candidata que esta semana concentra la atención es una vacuna recombinante en la que trabaja la Universidad de Oxford.
Se trata de una de las 70 vacunas experimentales listadas por la Organización Mundial de la Salud, de las que tan sólo 5 iniciaron pruebas en humanos. El resto está en etapa preclínica, incluida la británica en cuestión –llamada ChAdOx1 nCoV-19-, de acuerdo a la última actualización de la OMS, realizada ayer. No obstante, un miembro del comité de expertos que asesora al gobierno británico afirmó que los ensayos clínicos en humanos comenzaron la semana pasada.
En la primera etapa, está previsto que participen 510 voluntarios sanos –sin antecedentes de Covid-19, entre otras condiciones- de 18 a 55 años, que se dividirán en grupos: algunos recibirán la candidata contra el coronavirus y otros (los de control) una vacuna contra la meningitis. Ellos no sabrán cuál de las dos les fue asignada en forma aleatoria. El estudio, que combinará las fases I y II, buscará probar eficacia, seguridad e inmunogenicidad (es decir, la capacidad de generar una respuesta inmune en el organismo).
En caso de que el monitoreo de los participantes arroje resultados positivos, el objetivo es pasar la fase III y probarla en unos 5.000 voluntarios, ampliando el rango de edad a más de 55 años. Los voluntarios continuarán con su vida normal, con el objetivo de probar si se infectan o si, por el contrario, el grupo vacunado con la candidata ChAdOx1 nCoV-19 desarrolla defensas contra el virus.
A cargo del proyecto está la investigadora Sarah Gilbert, quien comenzó a trabajar en el diseño de la vacuna tan pronto como se conoció la secuencia genética del nuevo coronavirus, apenas 10 días después de que el mundo tomara conocimiento de decenas de casos de una neumonía de origen desconocido en Wuhan, en la provincia de Hubei, China.
La vacuna está elaborada a partir de un adenovirus (el virus del resfrío común), que fue alterado para producir la proteína Spike (que se encuentra en la superficie del coronavirus) después de la vacunación y así preparar al sistema inmune para reconocer y atacar a SARS-CoV-2. Utiliza la misma tecnología que una vacuna que el equipo de Gilbert desarrolló previamente para el MERS, otro integrante de la familia de los coronavirus. Ese desarrollo, según la Universidad de Oxford, demostró ser prometedor en las pruebas en animales y en etapas tempranas en humanos.
El proyecto cuenta con una inversión de 2,2 millones de libras esterlinas (que equivalen a 2, 7 millones de dólares) otorgadas por el Instituto Nacional para la Investigación de la Salud (NIHR) británico. Pese a que todavía no hay evidencia de que vaya funcionar para prevenir la enfermedad Covid-19, se anunció que ya se empezaron a producir un millón de dosis de la vacuna.
«Hemos empezado una fabricación en riesgo de esta vacuna, y no a pequeña escala (…), sino con una red de fabricantes en siete lugares diferentes en todo el mundo», afirmó Adrian Hill, profesor y director del Instituto Jenner de la Universidad de Oxford, a los medios en un contacto por internet, de acuerdo a la agencia de noticias Reuters.
«El objetivo es tener al menos un millón de dosis en torno a septiembre, cuando esperamos tener también los resultados de eficacia», añadió.
El proceso de desarrollo y fabricación de vacunas -las herramientas de salud pública más efectivas después del agua potable- suele demandar años. E incluso hay virus para los que nunca se llega a lograr una que sea segura y efectiva. La historia de la ciencia está llena de proyectos con grandes inversiones detrás que quedan truncos en el camino. Sin embargo, en el marco de la emergencia abierta por la pandemia, se suelen generar grandes expectativas en etapas precoces, sin evidencia capaz de respaldarlas.
La propia Gilbert, según The Independent, dijo que la vacuna experimental debe probarse en el marco de ensayos controlados y que nadie puede ofrecer garantías de que vaya a funcionar, pero que tenerla disponible para el otoño europeo sería «casi posible si todo sale a la perfección». No obstante, señaló que «las perspectivas son muy buenas” y, en declaraciones a The Times, dijo estar un «80% segura» de que la vacuna experimental desarrollada por su equipo funcionaría.
El inmunólogo y genetista John Bell, integrante del comité de expertos que asesora al Gobierno, fue más allá y vaticinó que la fase de pruebas podría concluir en agosto. «La pregunta es si (esta vacuna) será efectiva», planteó y subrayó que eso sólo se podrá saber una vez que un «número significativo» de gente reciba la dosis. «Así que no tendremos señal de eso hasta mayo, pero si las cosas siguen su curso y resulta eficaz, entonces creo que es razonable pensar que podríamos completar las pruebas para mediados de agosto», señaló.
«Cada uno puede tener sus propias expectativas. Lo grave es hacerlas públicas, en especial cuando sabemos que no existen vacunas para otros tipos de coronavirus y para muchos otros virus a los que nunca se les pudo hacer una vacuna por las características propias de los mismos», señaló a Clarín el doctor en bioquímica Hugo Luján, director del Centro de Investigación y Desarrollo en Inmunología y Enfermedades Infecciosas (CIDIE), que pertenece al CONICET y a la Universidad Católica de Córdoba (UCC).
«En el mejor de los casos, para el otoño de 2020 podríamos tener un resultado de eficacia de la fase 3 y la capacidad de fabricar grandes cantidades de la vacuna, pero estos plazos son los más ambiciosos y están sujetos a cambios», relativizó Gilbert en un artículo de The Lancet. «Nuestra capacidad para determinar la eficacia de la vacuna se verá afectada por la cantidad de transmisión del virus en la población local durante el verano», añadió.
Emilio Malchiodi, profesor titular de Inmunología de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires, explica a este diario que la urgencia está marcada por el avance de la pandemia. Es que en los próximos meses se infectará un número mucho más amplio de la población, lo que podría dificultar considerablemente la búsqueda de personas que no hayan entrado en contacto con el virus, en quienes podría probarse la vacuna.
Malchiodi, quien es también director del Instituto de Estudios de la Inmunidad Humoral IDEHU (UBA-CONICET) y miembro de la Sociedad Argentina de Inmunología (SAI), considera exagerado el optimismo generado en torno al proyecto «que está yendo a una velocidad que no es sostenible». En el supuesto de que todo saliera a la perfección en la fase clínica, «hay que tener en cuenta que después vendría la fabricación de millones y millones de dosis y su distribución a los países, lo que puede demandar mucho tiempo».
En la misma línea, sostiene Hugo Luján: «Si es cierto que empezaron en enero, tener una vacuna global, eficiente y segura para septiembre es muy poco probable sin violar las normas éticas establecidas para este tipo de ensayos. Todo el mundo quiere tener la bala de plata pero crean expectativas poco fundadas. Estoy seguro que hay gente trabajando seriamente, pero sin salir en los medios. Todos quieren fondos para investigación, pero nadie está seguro que vayan a funcionar los ensayos clínicos que se están haciendo ahora».
Un artículo publicado en la revista Nature que analiza el panorama global del desarrollo de vacunas contra el coronavirus tampoco ve posible un desarrollo antes de 2021.“El esfuerzo global de investigación y desarrollo de vacunas en respuesta a la pandemia de COVID-19 no tiene precedentes en términos de escala y velocidad. Dado el imperativo de la velocidad, hay una indicación de que las vacunas podrían estar disponibles bajo uso de emergencia o protocolos similares a principios de 2021. Esto representaría un cambio fundamental de la vía tradicional de desarrollo de vacunas, que toma un promedio de más de 10 años, incluso en comparación con el plazo acelerado de 5 años para el desarrollo de la primera vacuna contra el Ébola”.
Los autores, miembros de la Coalition for Epidemic Preparedness Innovations (CEPI), afirman además que se necesitará “una fuerte coordinación y cooperación internacional entre los desarrolladores de vacunas, los reguladores, los encargados de la formulación de políticas, los financiadores, los organismos de salud pública y los gobiernos para garantizar que los candidatos prometedores de vacunas en etapa tardía puedan fabricarse en cantidades suficientes y suministrarse de manera equitativa a todas las áreas afectadas, especialmente a las regiones con menos recursos”.