Abuelito con alzheimer toca la armónica desde balcón de hospital; cree que le aplauden
En medio de la contingencia por el coronavirus, Hermann toca la armónica desde el balcón del hospital y cree que los aplausos al personal sanitario son para él
La cuarentena por la pandemia del Covid-19 ha dado muchas historias, como la de una sobreviviente del holocausto. En los últimos días se compartió la historia sobre Hermann Schreiber, quien vive en Galicia, España; tiene alzhéimer, por lo que ha olvidado todo menos tocar su armónica. Todas las noches sale al balcón para dar un concierto.
Herman Schreiber es octogenario como su esposa, Teresa Domínguez. Los dos sufren alzhéimer. Ella, de Galicia, dominaba el alemán, pero ya no. Ni siquiera habla. Él, oriundo de Alemania, no recuerda el español que tanto controlaba.
Recuerda a la perfección tocar la armónica, la cual aprendió a los cinco años para entretenerse mientras su madre prepara mantequilla. Ahora, cada día, cuando las personas aplauden a los sanitarios desde sus balcones, él se asoma desde su ventana. Hermann cree que esos vecinos de la casa de al lado son su público y no duda en ofrecerles un auténtico recital.
Tamara Sayar, que en su domicilio gallego no les quita ojo, describe lo ocurrido de una manera tan sucinta como clarificadora: «Esta enfermedad los confinó. Como estamos ahora todos».
Hermann y un hijo de Teresa tenían previsto un viaje a Alemania, pues él sigue conservando a sus médicos allí y necesitaba seguimiento y hacerse con las medicinas que le han recetado. Por las restricciones que ha desencadenado la pandemia del Covid-19 en España y por ser él persona de alto riesgo, no pudieron tomar ese avión. Tras un proceso burocrático latoso, consiguió esos fármacos.
Cuando se empezó a hablar del coronavirus en Wuhan, él hablaba mucho de China con Tamara. Hermann estuvo allí, con su armónica claro, y también deleitó con sus sones a los «chineses», como él los llama. De sus costumbres se quedó muy sorprendido, principalmente de las culinarias, pues comentaba lo asombrado que se había quedado cuando vio que comían erizos, animales con una envoltura de pinchos que jamás se habría imaginado en una mesa.
Teresa, Hermann y Tamara están en Vigo. Esta chica solamente tiene palabras maravillosas para ellos, y para los hijos de Teresa. De hecho quiere que de su historia no quede la tragedia y sí la hermosa existencia de amor que han vivido y la intendencia que hay detrás de esa armónica que en cada jornada se hace oír.
Tamara no desea tampoco que se hable de su caso, pero los mimbres de los que están hechos Hermann y Teresa no parecen diferir mucho de los suyos. Separada de la que era su pareja y entregada desde que era una bebé al cuidado en exclusiva de su niña, «una ricura que ya empieza con la preadolescencia», está en la actualidad alejada de ella por 59 kilómetros por carretera.
«Se quedó con mi padre, el de menor riesgo de los posibles», detalla. Él vive en Sanxenxo, donde tiene su residencia permanente.
Tamara y su hija exprimieron el tiempo juntas hasta el último momento, al no saber cuánto van a prolongarse las medidas.
«Jugamos, bailamos, preparamos pizza… Pero, sobre todo, nos dimos millones de besos y muchos achuchones. Ahora llamadas, muchas con vídeo para vernos, varias veces al día. Reconozco que siempre hay un momento diario en el que me embarga la tristeza a pesar de saber que hago lo que tengo que hacer, eso siempre lo tengo claro».
Y concluye: «A todos esos padres a los que se les está cayendo la casa encima, les digo que ¡qué envidia me dan!; no están alejados».
Ahora es Hermann el que aclama a Tamara. Y con melodía de fondo.
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