Sobrevivientes del huracán Dorian en Bahamas exclaman que nadie va por ellos
La cifra oficial de fallecidos por el fenómeno es de hasta ahora de 20 personas, pero seguramente aumentará.
AP- Llevando maletas vacías, cubos de plástico y mochilas, aturdidos sobrevivientes del huracán Dorian regresaron a su empobrecido barrio de las Bahamas con la esperanza de recuperar algunas de sus pertenencias empapadas.
Una comunidad muy pobre, con calles sin pavimentar, conocida como “El Lodazal” fue construida por miles de inmigrantes haitianos hace décadas. Dorian arrasó con este vecindario en cuestión de horas, destrozando refugios y haciendo volar a kilómetros de distancia trozos y láminas de madera.
Un helicóptero zumbaba el jueves mientras la gente buscaba entre escombros y evitaba un cadáver atorado bajo la rama de un árbol cerca de láminas de metal corrugado, con las manos estiradas hacia el cielo. Era uno de al menos nueve cuerpos que la gente vio en el área.
“Nadie ha venido por ellos”, dijo Cardot Ked, un carpintero haitiano de 43 años que ha vivido casi la mitad de su vida en Ábaco. “Si pudiéramos llegar a la otra isla, es lo mejor que podríamos hacer”.
Ked era una de las miles de personas que buscaban ayuda con desesperación tras el paso el huracán. Con vientos de hasta 295 kilómetros por hora (185 millas por hora) y lluvias torrenciales, el huracán arrasó con las viviendas en las islas de Gran Bahama y Ábaco, donde habitan unas 70.000 personas.
El paso de la tormenta desató una extensa operación de búsqueda y rescate, así como un esfuerzo internacional para llevar alimentos, agua y medicinas a las víctimas.
La cifra oficial de fallecidos es de hasta ahora de 20 personas, pero seguramente aumentará.
Las pérdidas totales de bienes asegurados y no asegurados en las Bahamas, sin incluir infraestructura y automóviles, podrían alcanzar los 7.000 millones de dólares, calculó el jueves la empresa valuadora Karen Clark & Co.
Otra de las víctimas en “El Lodazal” es la cuñada de Benatace Pierre–Louis, un hombre de 57 que trabaja recolectando y vendiendo metal. Pierre–Louis dice que la mujer falleció tratando de escapar de la tormenta pero la golpeó un tablero de madera.
Las islas de Ábaco y Gran Bahama son conocidas por sus puertos deportivos, campos de golf y resorts con todo incluido, y son el hogar de muchos pescadores y trabajadores de hoteles.
Otra víctima del huracán es Sylvia Cottis, una mujer de 89 años que utiliza una silla de ruedas. La tormenta de categoría 5 destrozó las ventanas de su casa _supuestamente a prueba de huracanes_ convirtiendo el cristal en afilados trozos de metralla que le hicieron un gran corte en la rodilla.
Entonces, la anciana y su cuidadora decidieron esperar a recibir ayuda, y la situación no tardó en empeorar.
La casa se inundó de aguas residuales después de que la fosa séptica se desbordara por las aguas crecidas. Rodeada de suciedad y sus pertenencias empapadas, Cottis pasó los días sentada en su silla de ruedas esperando la ayuda.
Pasaron cinco agónicos días. Entonces, el miércoles, un vecino y su amigo lograron abrir con un destornillador la puerta atorada para ver cómo estaban Cottis y Kathryn Cartwright, de 58 años. Para entonces, la herida de Cottis estaba hinchada e infectada.
Las dos mujeres formaban parte de los miles de personas que necesitaban ayuda con urgencia tras el paso de Dorian.
Otra persona que perdió su hogar es Samson Kersint, un haitiano de 38 años que trabaja en una maderería y vive en las Bahamas desde 1998. “Estamos caminando como zombis”, dijo mientras recorría “El Lodazal” con una mochila. “Nadie nos dice nada. No hay agua, ni luz”.
Mientras tanto, la ya distante tormenta se aproxima a Georgia y las Carolinas, en Estados Unidos, donde millones de personas recibieron órdenes de evacuación.
El huracán golpeó las Bahamas con vientos de hasta 295 kilómetros por hora (185 millas por hora) y lluvias torrenciales.
El gobierno de Bahamas envió cientos de policía y marines a las islas afectadas, al igual que médicos, enfermeras y otro personal sanitario. La Guardia Costera de Estados Unidos, la Marina Real británica y organizaciones humanitarias como Naciones Unidas y la Cruz Roja, se unieron al enorme esfuerzo de llevar comida y medicamentos a los sobrevivientes, y transportar en helicóptero a los más desesperados.
“Ábaco ha desaparecido”, dijo Ben Allen, un trabajador de la construcción y empleado de mantenimiento, de 40 años. Una semana antes, dijo, era “el lugar más hermoso en el que uno querría estar”.
Cartwright, aún preocupada por su familia, dijo “solo quiero ver a mi hijo esta noche”.
En ese momento, la camioneta atravesó una zona anegada, y un auto que iba en dirección contraria en esa carretera redujo la velocidad. De pronto, Cartwright exclamó “¡Ese es mi hijo! ¡Ese es mi hijo!”.
Salió corriendo del vehículo y abrazó al soldador naval de 29 años, padre de dos hijos, mientras lloraba. Hasta ese momento no sabía si seguía vivo. Su hijo, Carlton Nixon, le dijo que “los bebés están bien”, pero que su hija había tenido que ser evacuada de Ábaco. Mientras se abrazaban y hablaban, los autos se iban acumulando en ambos sentidos y los conductores empezaron a hacer sonar sus bocinas. Cartwright y su hijo hicieron planes de verse más tarde y se separaron.
La maltrecha camioneta continuó su marcha hasta el Marsh Harbor Healthcare Center, el principal hospital de la isla y donde cientos de personas viven ahora de forma temporal. Varios niños jugaban fuera entre cables de tendidos eléctricos, mientras familias que se habían quedado sin hogar descansaban en el patio del hospital.
En el interior, la gente abarrotaba los accesos, los pasillos y la sala de espera. Había niños pequeños durmiendo en sábanas extendidas y sacos de dormir, mientras otros niños con pañales esperaban de pie en un corralito portátil.
El personal médico recibió a Cottis y la llevó a la sala de urgencias.